Entre retos y oportunidades, hablemos de financiamiento climático

November 24, 2022
Entre retos y oportunidades, hablemos de financiamiento climático
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Como humanos nos encontramos en una carrera contrarreloj para detener la degradación ambiental y el cambio climático. La actividad humana moderna ha generado un enorme desequilibrio. Miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero se liberan a la atmósfera año tras año, y las cifras continúan en aumento; la pérdida de ecosistemas y la degradación del suelo dificultan los procesos naturales de secuestro de carbono y amenazan la biodiversidad de nuestro planeta.

En el marco del Acuerdo de París se estableció como objetivo limitar el aumento de la temperatura a los 1.5 grados centígrados con respecto a niveles pre-industriales -considerando que hoy ya nos encontramos 1 grado centígrado arriba. Sin embargo, de no lograr reducciones sustanciales en el corto plazo se espera un incremento de 3 grados centígrados o más para 2100 (Arnell, 2021), lo que generará daños irreversibles en los ecosistemas, en la biodiversidad, en el sistema climático y en las formas de vida humanas.

Problemas de inseguridad alimentaria e hídrica, presiones migratorias y aumento de la pobreza, incremento de conflictos, pérdidas millonarias de infraestructura pública y privada, entre otras disrupciones económicas y sociales, serán -y ya son- nuestro día a día. Sin embargo, aún estamos a tiempo de frenar el trayecto en el que vamos; el reto es enorme y requiere de una transformación profunda en la manera en la que generamos energía, producimos bienes y servicios, y canalizamos recursos económicos hacia ideas y proyectos que construyen el mundo.

¿Cuánto cuesta resolver la crisis que vivimos?

Las Naciones Unidas describen la crisis climática como un reto de 1 billón de dólares para 2030 (Organización de las Naciones Unidas, 2021). Esta estimación parte de los compromisos de inversión realizados por las naciones "desarrolladas" con el objetivo de canalizar recursos equivalentes a los $100,000 millones de dólares anuales a naciones en "vías de desarrollo" y así invertir en soluciones de mitigación y adaptación a la crisis. Sin embargo, está claro que este es un monto simbólico más que ideal y que se requiere movilizar muchos más recursos económicos para poder limitar la temperatura del planeta a los 1.5 grados centígrados.

Morgan Stanley, un banco de inversión multinacional, estima una necesidad de inversión de 50 billones de dólares para 2050 (Klebnikov, 2019), es decir, en promedio 1.7 billones anuales solamente para financiar la transición energética. Por su parte, la Climate Policy Initiative (CPI) estima que para evitar los peores efectos de la crisis climática se requiere una inversión promedio de 4.3 billones de dólares anuales para 2030 (Naran et al., 2022).

Alcanzar una transición creíble hacia la descarbonización de la economía en esta década requiere entonces de billones de pesos invertidos anualmente en iniciativas que fomenten la mitigación y adaptación climática en el planeta; sin embargo, va más allá de sólo eso, pues este incremento debe ir acompañado de una disminución sustancial en inversiones destinadas a proyectos de alto impacto en emisiones de gases de efecto invernadero, cosa que hoy día no termina por ocurrir.

Estamos hablando de una transformación tan radical, que ninguno de estos actores puede realizarla por sí mismo.

¿Quién está financiando la acción climática?

El sector público, constituído por entidades gubernamentales e intergubernamentales, es el principal financiador, representando el 51% del total de los recursos destinados al clima en 2020. La otra mitad es una mezcla de actores privados; las corporaciones suman cerca de un 20% del total, y las entidades financieras -tanto bancarias, como de inversión privada- representan en conjunto otro 20%. El 9% restante corresponde a individuos y hogares.

La mayor parte de estos recursos, tanto públicos como privados, se han canalizado hacia proyectos en forma de préstamos -61% del total- mismos que han sido colocados generalmente a precios de mercado. Un 33% ha sido invertido como participación accionaria en proyectos y empresas, principalmente por corporaciones y actores independientes.

El 6% restante ha sido entregado como donaciones, casi en su totalidad por parte del sector público. Esto explica que la mayor parte de los recursos económicos -el 90%- se estén destinando a proyectos de mitigación y solo un 10% a proyectos de adaptación.

¿Cómo vamos?

La inversión climática se duplicó la década pasada, llegando a un acumulado de $4.8 billones entre 2011 y 2020. Esto representó un aumento anual promedio de 7%, llegando en 2020 a ser de $632 mil millones de dólares y en 2021 de $850 mil millones de dólares, según estimaciones de la CPI. Esto significa que, a pesar de una clara tendencia de aumento, el monto de inversión anual aún debe crecer 590% si queremos llegar a la meta establecida para 2030, es decir, estamos ante una brecha de 3.5 billones de dólares anuales. (Naran et al., 2022). Nos queda mucho por hacer.


Diagrama 1. Financiamiento climático anual estimado para 2050

En general, podemos decir que se observan algunas dificultades operativas en el financiamiento climático. Primero, existe una curva de entendimiento larga sobre cómo evaluar estas oportunidades de acción climática y medir con claridad los beneficios económicos que generan.

Segundo, hay una brecha en la temporalidad de los proyectos climáticos y el tiempo en el que inversores privados, especialmente actores financieros, esperan obtener retornos. Los "largos plazos" entre ambos suelen tener varios años de diferencia.

Finalmente, hay un desconocimiento general y posiblemente una falta de homologación en el cómo medir la calidad de un proyecto climático, lo que muchas veces hace que la alocación de recursos genere muy pocos beneficios reales.

¿Puede el sector público financiar la lucha contra esta crisis?

Considerar que la movilización de recursos del sector público podrá por si sola reducir la brecha de financiamiento y generar el impacto esperado en las metas climáticas es poco realista y sumamente complejo.

Primero, por su naturaleza, el sector público carece de la rapidez que requiere este reto. Si consideramos como ejemplo el compromiso de movilización de los 100 mil millones de dólares de naciones "desarrolladas" hacia naciones en "vías de desarrollo" en el marco de la Organización de las Naciones Unidas, vemos un incumplimiento muy claro y una enorme dificultad en los mecanismos adecuados para movilizar estos recursos, no sólo a los países que más lo necesitan, sino hacia proyectos de calidad que atiendan los retos de adaptación climática.

Segundo, la participación del sector privado es obligatoria, no sólo para reducir la brecha de financiamiento, sino para lograr la transformación del sistema energético, productivo y financiero. Esto quiere decir que para poder hablar de forma creíble de una economía descarbonizada se requiere de una aproximación integral entre estos sectores. Estamos hablando de una transformación tan radical, que ninguno de estos actores puede realizarla por sí mismo.

Es indispensable que las cadenas de suministro migren de una lógica de explotación a una aproximación regenerativa y que el sistema energético transicione a fuentes limpias. En estos objetivos las grandes corporaciones llevan la batuta al ser responsables de la mayor parte de las emisiones de efecto invernadero acumuladas actualmente en la atmósfera (Ritchie y Roser, 2021), por tanto, tienen en sus manos no sólo una responsabilidad de reparación, sino la posibilidad de generar los mayores efectos de reducción, dado que al ser las principales emisoras en el presente, sus acciones tienen impactos que realmente pueden mover la balanza en el futuro.

Para cumplir con este reto, será fundamental que los recursos económicos que fluyen por las vías del sistema financiero terminen en proyectos, organizaciones, empresas e iniciativas que sean consistentes con esta transformación. Asimismo, el sector público deberá crear los incentivos adecuados para promover una transición más rápida y establecer reglas claras y mecanismos de transparencia que fomenten iniciativas de calidad.

Finalmente, ¿de qué manera debemos pensar el financiamiento climático para lograr los objetivos globales y comunes?

Aún estamos lejos de estar en el camino correcto para evitar los peores efectos de la crisis climática.

Es fundamental canalizar mayor y mejor financiamiento hacia estos objetivos, reducir los recursos económicos que se destinan a "inversiones sucias" y lograr compromisos más ambiciosos y serios por parte de los gobiernos, el sector financiero y las corporaciones, mismos que les conduzcan hacia un cambio profundo y de raíz en la manera en la que gestionamos y nos relacionamos con nuestros recursos naturales.

No existe una solución que excluya a uno de estos actores; o una que se resuelva tomando en cuenta a un único sector. Todos necesitamos encontrar maneras articuladas de transformar la forma en la que existimos, de la mano de conservar, proteger y restaurar los ecosistemas que nos quedan y que están en grave peligro. La intersectorialidad siempre será la mejor práctica posible. ¿Cómo pensar el financiamiento climático? Como una herramienta de suma importancia, de enorme alcance, de urgente necesidad que sólo se puede gestionar correctamente si involucramos a quienes deben y realmente pueden resolver la crisis climática.



Sobre la autora:

Alejandra es Directora de Finanzas en Toroto. Es egresada de Negocios Internacionales y actualmente cursa la maestría en Finanzas. Una de las cosas que más disfruta es aprender de la naturaleza y su relación con el sistema económico; para ella es increíble poner su energía en un proyecto que busca generar un impacto de gran escala.

Bibliografía:

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