Mujeres del ejido Centauro del Norte y un proyecto culinario que aprovecha la semilla de ramón

'Éramos como 10 en el grupo, la que encabezaba el proyecto era doña Elena: con ella buscábamos a las mujeres que quisieran participar en el uso de la semilla del ramón. Yo le dije que yo quería experimentar en eso. A mi me gustó trabajar con ellas. Nos hacían muchos pedidos. Se vendía todo el producto que hacíamos' dice Leticia Real, habitante del ejido Centauro del Norte, ubicado en el municipio de Calakmul, en el sureste mexicano.
Con una extensión de más de 9 mil hectáreas, el ejido Centauro del Norte se encuentra inmerso en la región forestal más extensa del trópico mexicano, por lo que remanentes de selva y biodiversidad constituyen la localidad. Entre ellos destaca el ramón (Brosimum alicastrum), un noble árbol emblemático y nativo de Centroamérica cuyo uso se remonta a tiempos mesoamericanos, donde los mayas le atribuían importantes beneficios alimenticios y medicinales, más allá de su reconocida presencia en la cosmovisión e identidad de esta cultura.
Árbol de ramón (Brosimum alicastrum)
El ramón es un árbol ampliamente extendido en la Península de Yucatán. Históricamente valorado por su madera, por sus hojas como forraje para el ganado, y por su semilla y fruto como importante fuente de alimento, ha logrado permanecer tanto en las cada vez más escasas zonas prístinas del sureste mexicano, así como en los huertos de traspatio de muchas familias mayas. 'Nos organizábamos e íbamos al monte a buscar el ramón. Nos reuníamos todas a cocinar en una casita que teníamos. Preparábamos el producto casi que cada semana' cuenta Patricia Flores, habitante de Centauro del Norte. 'Nos íbamos todo el día a la montaña por las semillas de ramón; luego nos cooperamos entre todas para comprar lo que necesitábamos para hacer los pedidos'.
Por otro lado, la presencia de este árbol depende de una variable que más allá de la cultural, recae en lo ecológico: además de cumplir con las condiciones de humedad y sequía que necesita para prosperar, al ser la Península de Yucatán una región calcárea y poco profunda, el ramón ha logrado echar raíces ante un sustrato complejo, fungiendo así como sombra, soporte, hogar y alimento de muchos otros organismos que habitan la selva. El ramón es esa especie que con su presencia cuida de las muchas otras vidas que de él dependen. Incluída la humana.
'Para el tamalito, lavamos la semilla del ramón y hacemos como una masa mojadita, luego le ponemos un poquito de pollo o a veces puerco también; para las tortillas, igual con un poquito de cal y agua; para el pan, dejamos la pura semilla a secar y luego como cacao la molemos, sacando una especie de harina. Para el café de ramón, la tostamos en el comal, pero con cuidado porque si se quema se amarga' nos dice Patricia. 'La galleta de semilla de ramón es muy rica también, con su poquito de avena. A los buñuelos hasta plátano le poníamos' añade Leticia. Más allá de la forma de preparación y la enorme tradición que se esconde detrás de estos alimentos, el ramón implica una forma de vida para las mujeres que habitan estas regiones de México.
Patricia y Leticia, al igual que algunas mujeres más, comenzaron con un proyecto donde transformaban la semilla del ramón en alimentos que tanto la comunidad como personas externas a ésta consumían. Si bien es un trabajo que ambas disfrutaban, la problemática detrás de la existencia de estos proyectos no recae en las ganancias generadas per se, pues 'el ramón se vende muy bien y hay semilla por todos lados' -nos dice Patricia con anhelo- sino en la repartición de las mismas y el esquema organizativo que permitía la solvencia justa de este proyecto: 'la verdad es que nos gustaba mucho hacerlo, pero no era tan redituable. Hubo mucho apoyo entre mujeres, también mucho apoyo para construir la casita que necesitábamos: nos dieron el horno, el secador, nos dieron una estufa, un molino. Nosotras poníamos tablas, poníamos el piso, la madera, la construímos, pues. La verdad estaba trabajando bien ese proyecto, pero el problema era que mucho del dinero que ganábamos se iba en la gasolina necesaria para sacar el producto de acá del ejido a otras comunidades, y pues cada vez más la gente de fuera nos compraba más, entonces cada vez perdíamos más dinero y gasolina en distribución'.
Para el caso de Patricia y Leticia, dedicarse a transformar las semillas que encontraban en sus territorios implicaba un acercamiento diferente con sus recursos naturales, un acercamiento que si bien hoy en día está en boga, no siempre lo estuvo: el de consumir productos que respondan a una lógica territorial, estacional, nutritiva, culturalmente apropiada y sostenible. 'La semilla del ramón tiene muchas vitaminas. Para las mujeres embarazadas les hace muy bien a la leche. El café de ramón lo tomas en la noche y te relaja, te quita el insomnio, además de que muchos estudios hablan de sus propiedades nutricionales'. El proyecto que más de diez mujeres desarrollaron en esta localidad es un reflejo de cómo la protección de los recursos naturales se da en todas las escalas posibles. Tanto Patricia como Leticia son conscientes de la importancia del ramón en sus selvas, del rol que juegan con los demás animales, del forraje que alimenta a sus borregos, del papel que tienen en sostener los suelos, pero también, de los muchos dulces y alimentos nutritivos que podían cocinar y comercializar, implicándoles una apuesta por una forma alternativa de economía, basada en las capacidades de sus territorios y que incentivaba el trabajo comunitario femenino.
'La semilla la encuentras tirada por ahí en la montaña, está por todos lados. En cualquier camino encuentras semilla de ramón porque acá lo cuidamos mucho, nos da mucho. La verdad es que no sabemos de otro ejido que trabaje el ramón así como lo hacíamos nosotras. Nos quedaba muy rico todo'. Con estas palabras finales Leticia termina de rememorar el proyecto del que alguna vez fue parte, no sin la esperanza de que a través de gestionar mejor la distribución y el alcance de los productos que preparaban, una nueva cocina pueda surgir.
Patricia Flores y Leticia Real
Contamos esta historia, de este gran ejido, con quienes disfrutamos trabajar conjuntamente por cuidar día a día de las selvas que nos dan vida, porque más allá de ser una entre muchas valiosas iniciativas que buscan una relación más sostenible con los recursos naturales de los que dependemos, es también una historia llena de esperanza y de inspiración para retomar en un futuro.
Agradecimientos
A Patricia Flores y Leticia Real por contarnos su experiencia; a Elva María Leyva Cruz, Coordinadora de Desarrollo de Proyectos en Toroto por facilitar este lindo diálogo.
Sobre la autora
Sandra es Editora Ejecutiva en Toroto. Estudió biología, le apasionan las diferentes formas de vida que existen en el planeta y está completamente comprometida con protegerlas y conservarlas.
Explora reflexiones, investigaciones y aprendizajes de campo de nuestro trabajo en la restauración de ecosistemas.