La fila del molino; una historia entre dos narrativas

October 20, 2022
La fila del molino; una historia entre dos narrativas
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*Lo que está entre paréntesis corresponde a los pilares de la definición de soberanía alimentaria que detallamos más adelante en este texto. Hicimos este ejercicio para visibilizar la teoría en acción.

La fila del molino de Santa Ana Tlacotenco, zona rural de la Ciudad de México (3. Localizar la producción de alimentos*), se hace más grande. Santa Ana es la región con mayor número de milpas en la delegación de Milpa Alta. Milpa Alta es la única región de la Ciudad de México que conserva la modalidad de tierra comunal como forma de tenencia de la tierra. Esto quiere decir que son los comuneros y las comuneras de Milpa Alta propietarios de la tierra y por lo tanto deciden lo que sucede con ella (4. No privatización de la tierra*). Esta condición es quizá el motivo de las historias que escuché entre las personas esperando en la fila del molino, e incluso de que el molino mismo pueda existir.

Detrás de mí, veo que una señora carga una cubeta de galón repleta de maíz rojo que ya ha sido nixtamalizado (5. Tecnologías autónomas*). Al ver el rojo de su maíz, muy típico de esta zona, decidí preguntar qué iba a hacer con él. En el colectivo al que pertenezco, tenemos la creencia de que el maíz rojo no es bueno para hacer tortillas. Sentí que era buen momento para desmitificar nuestras creencias o quizá asegurarme de la veracidad de dicho argumento. "Yo lo uso para todo, para tortilla, para tamal, para atole, es igual, sirve igual, lo que cambia es sólo el sabor", me responde y seguimos esperando.

Me quedo pensando. Quizá tiene que ver con la manera en que estamos nixtamalizando lo que hace que nuestras tortillas rojas se quiebren. Es posible que esta tecnología esté relacionada con la elasticidad de la masa. ¿Menos cal o más cal? o quizá sea el calor. ¿Más calor o menos? No puedo encontrar una respuesta. Cómo lograré saber el punto de mi nixtamal si mis manos no crecieron aprendiendo a sentir la elasticidad de la masa. ¿Cómo voy a sentir su humedad? ¿Cuándo voy a saber reconocer el "punto de la masa" y saber cuándo dejar de amasarla? (5. Transmisión de conocimientos*).

Puedo notar que la señora también está inmersa en sus pensamientos. Me voltea a ver y me dice así, de repente: "bueno, a veces sí importa el color, mi hermana dice que la masa azul no sirve para tamal". Me río para mis adentros, pues estoy esperando diez kilos de masa azul para hacer tamales de masa colada.

Mi amigo Juan de SEXTO una vez me dijo que la clave para un buen nixtamal es la relación que uno tiene con su maíz. Le pregunto entonces por el origen del suyo. "Este maíz es de mi milpa, de lo que me queda del año pasado; este año no sembramos porque vimos que las lluvias no llegaban, sólo sembré unas cuantas semillas en mi patio y en efecto no crecieron, se quedaron chicas" (2. Tenencia de semillas nativas, formas de vida sostenibles*).

Una señora más se incorpora a la plática. "Yo sembré desde febrero, como le enseñó mi abuela a mi madre y como mi madre nos enseñó, y la lluvia nunca llegó, mis matas no crecieron, sólo unas cuantas lograron dar elote. Ahí donde la humedad se logró acumular".

[...] no son los responsables del cambio climático, pero sufren sus consecuencias más que quienes lo propician.

Una de las grandes aportaciones del linaje de Milpa Alta es la tecnología de las terrazas. Desde épocas prehispánicas se ha utilizado esta técnica como forma de sembrar en las laderas, evitar la erosión de la tierra y contener la humedad del agua. Es decir, realizar terrazas es una forma de volver el monte tierra cultivable. Se dice que en el pasado se lograban hasta dos cosechas anuales por la capacidad de generación de abono, las lluvias confiables y el almacenamiento de humedad por esta tecnología. Hoy por hoy muchas veces no se logra ni una cosecha anual (6. Colaboración con los ecosistemas*).

Cuando uno va, puede notar todavía el cerro lleno de terrazas, algunas abandonadas; otras sembradas.

Casualmente junto al molino está una tortillería de maseca, la masa industrializada que domina el mercado mexicano (3. dumping -poner un precio por debajo del costo para acaparar el mercado- por agricultura subsidiada*). Todas las decisiones son políticas y contribuyen al cuidado del territorio, de las comunidades y de nuestro propio cuerpo. Las de nuestro colectivo se inclinan hacia la masa que produce el molinero con las semillas de su milpa, cultivadas en la región de forma tradicional. Las de maseca vienen de prácticas devastadoras, de monocultivos que han acabado con la diversidad, de un uso intensivo de pesticidas y herbicidas que contaminan la tierra y el agua, y que a la vez, van completamente de la mano del uso desmedido de energía fósil. Esta última, es una forma de agricultura subsidiada que inunda el mercado de maíz barato y acaba con formas de vida arraigadas a la tierra.

Es pertinente escuchar lo que nos cuentan las mujeres.

Las historias no son triviales, son trasmisión de conocimiento.

Los seres humanos contamos historias y las historias nos cuentan de vuelta.

Con mis manos cargando masa de maíz azul, me fui del molino con nuevas perspectivas coloridas. Los tamales de masa colada quedaron deliciosos, seguimos sin lograr hacer una tortilla roja que no se rompa.




Seguridad y soberanía alimentaria, vulnerabilidad y buenas prácticas

Antes de seguir es pertinente traer a la mano dos conceptos globales que han ido evolucionando y complejizado el entendimiento que tenemos sobre el derecho al alimento, y así entender cómo esta narrativa tan particular está englobada en discusiones institucionales, y como algo tan cotidiano es al mismo tiempo un espacio de resistencia ante las discusiones gubernamentales a la hora de abordar políticas alrededor de la forma de alimentarse.

Mientras uno se muestra neutral en su definición, el otro se inclina por la autoorganización y la toma de decisiones locales.

Por un lado tenemos la Seguridad alimentaria, la cual sucede cuando: "todas las personas, en todo momento, tienen económica y físicamente acceso a suficiente comida segura y nutritiva para asegurar sus necesidades calóricas y sus preferencias alimentarias, y de esta forma llevar a cabo una vida sana y activa" (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 2006).

Por otro lado, tenemos la soberanía alimentaria, cuya definición deseo compartir aquí es de acuerdo con The Six Pillars of Food Sovereignty, durante la declaración de Nyéléni en 2007 (Food Secure Canadá, 2012):

  1. Se centra en alimentos para las personas al: a) colocar las necesidades de alimentos en el centro de las políticas; b) insistir en que la comida es más que una simple mercancía.

  1. Valorar a los proveedores de alimentos al: a) apoyar medios de vida sostenibles; b) respetar el trabajo de todos los proveedores de alimentos.

  1. Localizar los sistemas alimentarios al: a) reducir la distancia entre proveedores y consumidores; b) rechazar el dumping y la ayuda alimentaria inapropiada; c) resistir a la dependencia de corporaciones remotas e irresponsables.

  1. Colocar el control a nivel local: a) depositarlo en manos de los proveedores locales de alimentos; b) reconocer la necesidad de habitar y compartir territorios; c) rechazar la privatización de los recursos naturales.

  1. Promover el conocimiento y las habilidades al: a) basarse en el conocimiento tradicional; b) usar la investigación para apoyar y transmitir este conocimiento a las generaciones futuras; c) rechazar tecnologías que socavan los sistemas alimentarios locales.

  1. Trabajar con la naturaleza al: a) maximizar las contribuciones de los ecosistemas; b) mejorar la resiliencia; c) rechazar los métodos de producción intensivos en energía, monocultivos, industrializados y destructivos.

Es importante percibir que las diferencias más marcadas entre estos dos conceptos son la preocupación por las formas de producción de alimentos y el interés por conservar el poder. Mientras uno se muestra neutral en su definición, el otro se inclina por la autoorganización y la toma de decisiones locales. Estos últimos entendimientos requieren ser revisados con mucha pertinencia, puesto que el monopolio de poder de las grandes multinacionales de producción de alimentos pueden, a través de lobbying político (presionar a favor de ciertos intereses gracias a capacidades económicas), permear en políticas públicas con la bandera de seguridad alimentaria.

Es importante mencionar que la misión de la FAO desde su creación es y ha sido acabar con el hambre de todos los seres que habitan el planeta -pero entendiendo esta misión mucho más arraigada a los principios de seguridad alimentaria que de soberanía. Bajo este estandarte, políticas públicas y privadas han sido implementadas, articuladas y también quitadas. La revolución verde es un buen ejemplo; el cambio de consumo en nuestro país de maíz criollo y nativo por maseca también lo es. Es decir, en aras de la seguridad alimentaria se implementan una serie de medidas que privilegian la acumulación de riquezas, que amenazan la seguridad alimentaria misma, así como a la diversidad cultural y los ecosistemas que sostienen la vida en el planeta.

Tomando esto en cuenta, es de suma importancia poner al frente dos cosas: por un lado, evidenciar la forma en la que estamos produciendo lo que comemos, a través de nombrar la urgencia de encontrar ante todo modelos agroecológicos y regenerativos que colaboren con los ecosistemas para sostener la diversidad ecológica y cultural. Por otro, de la misma forma que se necesita un sistema ecológico sano para la producción de alimentos, es necesario un tejido social sano que permita la organización política comunal para una toma de decisiones que involucren desarrollos dignos y un contrapeso al poder globalizado, que está destruyendo el planeta y la vida de la gente que lo defiende.

¿Qué hace que algunos escuchemos la historia del molino y otros escuchen las historias de los oficiales de la FAO?

Ahora, si leemos la narrativa de la fila del molino desde las definiciones anteriores podemos observar cómo en Milpa Alta se cumplen los pilares que aborda la definición de soberanía alimentaria. Lo que complejiza toda esta situación es que si bien existe soberanía, no existe seguridad. Y si bien las personas que habitan Milpa Alta, así como casi cualquier otro territorio, no son los responsables del cambio climático, sufren sus consecuencias más que quienes lo propician. Tan sólo un ejemplo es la escasez de lluvias. Esto los pone frente a una situación de vulnerabilidad con respecto a su capacidad de producción.

Entonces aquí la pregunta es: bajo un clima cambiante y con la vulnerabilidad que esto genera, ¿cómo podemos seguir logrando una soberanía alimentaria que garantice una seguridad alimentaria? ¿Cómo debemos pensar la producción de alimentos y las relaciones sociobiológicas que sostienen dicha actividad? Aquí es donde más tenemos que poner hincapié en la urgencia de organización política, puesto que la solución más fácil sería importar semillas genéticamente modificadas o comida ultra procesada. Por experiencia y por cierta memoria histórica, tenemos que recordar que a la larga esto implica un mayor costo planetario y sólo seguirá empeorando la vulnerabilidad a la que hoy nos enfrentamos. Tenemos que hacer énfasis en la regeneración de ecosistemas para mitigar los cambios climáticos. Realizar ciertas prácticas como restaurar los bosques, a través de apoyar a las brigadas comunales que trabajan en contra de la tala de montes e involucrar a la comunidad local en el monitoreo de sus recursos; reforestar desde prácticas tradicionales respaldadas por el lenguaje originario para reconocer la memoria de un territorio sano; seguir generando terrazas (y demás soluciones basadas en la naturaleza) para evitar erosión, salvaguardar la materia orgánica, contener mayor humedad y cuidar los suelos; evitar a toda costa la expansión de la mancha urbana, en la que la gentrificación está generando desplazados que tienen que mudarse a las periferias -como en el caso Milpa Alta que cada día se lotifica más- fragmentando la tierra y las relaciones, por lo que involucrarse en campañas para que el precio de la vivienda no suba es una forma de defensa del territorio, de ese que nos alimenta.

Es muy importante entender que quienes producen alimentos actúan como guardianes cuidando y protegiendo del territorio, por lo que es de vital importancia apoyarles a que sigan conservando sus formas de vida a través del consumo de sus alimentos. Aprender recetas tradicionales para poder transformar el maíz, para poder comer la diversidad de calabazas, frijoles y alimentos no hegemónicos es una buena práctica. Generar puentes para poder dar espacios donde tengan puntos de venta, y quitar el control a las grandes distribuidoras de alimentos de la urbe, también lo es. Es necesario repensar el sistema de transporte, distribución y comercialización para darle salida a producciones tradicionales, en contraposición a las industriales, y así mismo, disminuir la cantidad de contaminantes emitidos a la atmósfera producto de los insumos necesarios para transportar un alimento de un lado al otro del país.

Por otro lado, debemos acabar con la dicotomía productor/consumidor, tenemos que entender que no hay nada más alejado de un futuro sostenible que seguir separando estos dos conceptos. El equilibrio necesario en la generación de alimentos es tan fácil como una ecuación matemática: todo lo que le quitas en minerales a la tierra se lo tenemos que regresar. Cada vez que comemos algo y no estamos regresando riqueza concreta al lugar de origen, rompemos ese equilibrio, puesto que estamos empobreciendo los suelos. Hoy en día, formas comunes y nocivas de regresar ese mineral es por medio de la extracción de minerales en minas de países periféricos, produciendo fertilizantes inorgánicos bajo un modelo de agotamiento de combustibles fósiles, o bien, robándole tierra fértil a otros territorios; a la larga hay un tope, un punto de inflexión ecosistémico donde ya no resulta tan sencillo recuperar las tierras, por lo que es imperativo pensar en políticas públicas que entiendan la urgencia de transformar nuestros desechos en riqueza concreta, para volver a mineralizar la tierra. Existen ejemplos claros como compostar, hacer fertilizantes orgánicos y extraer la materia orgánica de nuestros desagües. Tenemos que visualizar que nuestros desechos son el origen y vida de muchas cosas.

Es pertinente imaginar nuevas formas de relacionarnos con la incertidumbre climática, lo que en términos coloquiales conocemos como no poner todos los huevos en una misma canasta, pero desde una perspectiva de diversidad eco-sistémica, al pensar cómo podemos conectar diferentes ecosistemas a partir de redes solidarias y de confianza, y así lograr repartir el riesgo climático entre las diferentes comunidades campesinas.

A qué me refiero con repartir el riesgo: en 2021 a finales de la temporada de lluvias llegaron diferentes huracanes desde el Pacífico y el Atlántico. Este suceso terriblemente devastador para la costa, permitió que la zona central del país, como lo es el Bajío, se beneficiara de lluvias que se tradujeron en mayor desarrollo del maíz, mayor captación de agua en el subsuelo y mejor pastura para el ganado. En este caso, el imaginario perfecto sería pensar cómo la costa recibe apoyo de las zonas que se vieron beneficiadas por estos climas, suponiendo que en el futuro, cuando la costa tenga una producción benéfica y el Bajío quizá no tanto, la costa pueda dar apoyo en momentos que el centro sufre de sequías. Esto es repartir el riesgo climático a través de redes solidarias. Es buscar formas de organizarnos para transformar islas de biodiversidad, en archipiélagos de ecosistemas interconectados.




Perspectiva de género y soberanía alimentaria

Más del 50 % de la comida que se produce globalmente es producida por mujeres (ETC Group, 2017) sin embargo, son dueñas de menos del 2 % de la tierra en México. Es decir, las mujeres entran como mano de obra esclava, como mano de obra barata en la producción de alimentos o dependen de la tierra comunal para una vida digna. Por lo que la defensa del agua, de los bosques, de la riqueza concreta, la lucha por la no privatización de la tierra, la lucha por lo común, está arraigada a salvaguardar la vida de las mujeres. De esta forma, no incluirlas en la definición de soberanía alimentaria -mucho menos pensemos en la de seguridad alimentaria- resulta completamente erróneo bajo el dato recién dado, por lo que urge la transformación constante de éste y todos los conceptos, y agregar perspectiva de género para englobar la forma en la que se está logrando alimentar el mundo.

Es pertinente escuchar lo que nos cuentan las mujeres. Sus haceres cotidianos han conservado la vida y la alimentación durante la historia de la humanidad. Cuidar a las mujeres es defender la vida, es defender la tierra. Las historias no son triviales, son trasmisión de conocimiento. Los seres humanos contamos historias y las historias nos cuentan de vuelta. El lenguaje es el fundamento que nos hace humanos. Una historia recursiva de coordinaciones de acciones consensuales en la historia de interacciones del ser humano resulta en el lenguaje como consecuencia de esta operación (Maturana, 1982, 1988). Con el lenguaje nos explicamos el mundo y desde el lenguaje configuramos con los otros lo que queremos hacer del mundo en el que vivimos. Ninguna palabra surge porque sí, por lo que cada historia que escuchamos trae consigo mundos, enseñanzas y formas de habitar.

La historia de la fila del molino no es trivial. Explica los mundos que estamos habitando. Si bien podemos decir que ese universo que es la fila del molino es muy particular y corresponde a una zona muy específica del país, es a su vez el mismo que vive las consecuencias que aquellos otros mundos han generado. Ahora quisiera referirme al hecho de escuchar estas historias; a la acción de escuchar a mujeres en la fila del molino. Esta escucha es una postura en sí misma, una forma de pararse ante el mundo.

Lo anecdótico es también político, y como sabemos, cada uno escucha las historias que quiere escuchar o mejor dicho, las historias que puede escuchar. Entonces, ¿qué hace que algunos escuchemos la historia del molino y otros escuchen las historias de los oficiales de la FAO? ¿Una decisión jerarquizada? ¿Una decisión monetaria? ¿Ecológica? ¿Estética?

En este caso, las decisiones de cada escucha -quienes optan por la FAO y quienes optan por las vivencias de la fila del molino- son contrarias y sin embargo, ambas narrativas comparten un mismo tema: la alimentación. Ambas trabajan para la alimentación de unos cuantos y ambas lo logran. Si bien estas historias engloban en sí toda una metodología de pilares creadas por instituciones globales, son sus especificaciones, son sus detalles, las que nos permitirán sostener la vida; la historia que yo decido escuchar es la nixtamalización como tecnología que permite transformar el maíz para una mayor absorción de nutrientes, la creación de terrazas como forma agroecológica de producción que regenera los suelos, la memoria comunal sobre las lluvias que nos permite evaluar el verdadero costo del cambio climático.

Es urgente empezar a escuchar estas voces no dominantes, y salvaguardar esta información para asegurar la seguridad, la soberanía y el cuidado de lo vivo.

Sobre la autora:

Martina Manterola es licenciada en Economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y diplomada en sistemas agroforestales. Co-fundadora de "colectivo amasijo", se ha especializado en analizar las pérdidas que produce la jerarquización del conocimiento en el hacer y el saber. Dentro del colectivo, desarrolla el proyecto "sistemas complejos de la vida cotidiana", un archivo de narrativas a través del cual evalúa la degradación territorial.




Referencias:


Maturana, H. (1988). Lenguaje y realidad: el origen de lo humano. Arch Bio Med Exp. (22) 77-89. Disponible en: http://www.biologiachile.cl/biological_research/VOL22_1989/N2/Humberto_Maturana.pdf

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