Formas de mitigación de carbono que no conocías: los manglares

En México habita uno de los ecosistemas más valiosos a nivel mundial: los manglares. Este conjunto de vegetación es también conocido como bosques marinos o humedales costeros, siendo un factor diferencial la capacidad de soportar altos niveles de salinidad, cosa que otros árboles resistentes a inundaciones no toleran tan bien. El ecosistema de mangle alberga una gran diversidad de especies que incluyen arbustos, palmeras, árboles, helechos y epífitas -plantas que crecen sobre los árboles. A pesar de que estos ecosistemas tienen una gran diversidad de flora y fauna, se caracterizan porque domina el conjunto de especies llamadas mangles, organismos pertenecientes a una familia botánica que se distingue por tener raíces aéreas en forma de zancos que les permiten respirar en suelos anegados (CONABIO, 2020).
Estos ecosistemas son altamente productivos generando una gama muy particular de servicios ecosistémicos, bienes económicos y significaciones socioculturales. Los manglares ocurren en desembocaduras de ríos, lagunas costeras y esteros. Nacen de dividir al mar de la tierra firme, por lo que están influenciados con agua dulce proveniente de las cuencas hidrológicas como ríos, arroyos y aguas subterráneas y de la misma forma, mezclados con aguas marinas ricas en sales y minerales. Gracias a estas condiciones, los mangles tienen adaptaciones fisiológicas como las ya mencionadas raíces aéreas que les permiten sobrevivir a estos ambientes que pensaríamos inhóspitos para una gran cantidad de vegetación (O. Khairnar, 2021; CONABIO, 2020 y 2013).
El mangle es hogar de varias especies catalogadas en peligro de extinción.
En general, habitan zonas costeras tropicales y subtropicales alrededor de todo el planeta, se distribuyen en 120 países y cubren alrededor de 12% de las costas del mundo: la cifra global más reciente de la superficie de manglar, estimada por el Global Mangrove Watch para el año 2016 fue de 135,881.65 km2. México es uno de los países con mayor superficie de manglares en el mundo, con 9,501 km2. Hasta ahora se conocen aproximadamente más de 50 especies de mangles; nosotros en México, contamos con seis especies y una variedad (CONABIO 2020, 2013; Santamaría 2014; Spalding et al. 2010). A nivel local, las características de los manglares se modifican de acuerdo con los gradientes ambientales relacionados con la altura, el tipo de suelo, el grado de inundación, los niveles de salinidad y las perturbaciones naturales y humanas (CONABIO, 2013), sin embargo, sea donde se encuentren, cumplen una función indispensable en el ecosistema, y es que actúan como guardería para estadios larvarios y juveniles de una gran cantidad de organismos marinos y fauna terrestre que vive entre la superficie y las ramas de los manglares. El mangle es hogar de varias especies catalogadas en peligro de extinción o en alguna categoría que las hace vulnerables, como la cigüeña jabirú, algunas iguanas, ciertos cocodrilos, mapaches, monos aulladores, monos araña y el rey de todos: el jaguar (O. Khairnar, 2021; CONABIO, 2013).
Más allá de la gran riqueza natural que alberga este tipo de ecosistemas, los mangles nos proveen de distintos servicios ecosistémicos pues actúan como barreras naturales de protección y control de inundaciones, protección contra huracanes, funcionan como filtros biológicos en la retención y procesamiento de algunos fertilizantes utilizados en la agricultura, abastecen a los mantos freáticos y son grandes sumideros de carbono (O. Khairnar, 2021; CONABIO, 2013).
Sin embargo, aún con todas estas virtudes, los manglares en el mundo han sido afectados por causas naturales, pero sobre todo, por acción de las poblaciones humanas. El 35% de los manglares del mundo se han perdido en las últimas dos décadas debido a distintas presiones como desastres naturales, contaminación, falta de planificación del desarrollo urbano, industrial y turístico, así como del desarrollo agrícola, ganadero y acuícola, que han desplazado y reducido extensiones considerables de esta vegetación (CONABIO, 2013; Macintosh y Ashton 2003).
Investigaciones hechas por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO) identificaron que en México existen 81 sitios de manglar con relevancia biológica y con necesidades de rehabilitación ecológica. Además, estos ecosistemas están catalogados como ecosistemas vulnerables y las especies como mangle rojo, prieto, blanco y botoncillo están amenazadas bajo el criterio de la Norma Oficial 059 donde se encuentran todas las especies en algún rango de peligro de extinción en nuestro país (CONABIO, 2013). Es por ello que también la protección del ecosistema de manglar está considerada de forma amplia en la Ley General de la Vida Silvestre (2007), que prohíbe cualquier cambio que afecte su integridad, mismo que ha sido una de las mejores estrategias del Gobierno de México para frenar la destrucción y propiciar la recuperación de ese ecosistema. La necesidad de seguir con el establecimiento de sitios prioritarios para la conservación y protección es inminente, de la misma forma, es indispensable hacer conciencia de esta problemática. El mangle es un tipo de ecosistema fundamental para combatir impactos actuales y futuros del cambio climático en nuestro país; en México, la reserva de carbono en los humedales se ha estimado en 282 megagramos de carbono por hectárea (Mg/ha).
El carbono azul se refiere al carbono capturado por los organismos vivos en los ecosistemas costeros y marinos, incluidos marismas, manglares y bosques de algas marinas.
¿Por qué decimos que el ecosistema de manglar es un aliado climático? Se conoce que como en el caso de los bosques terrestres, los manglares acumulan flujos de carbono a una velocidad considerable, siendo el CO2 uno de los gases de efecto invernadero más importantes (Woodroffe, 2002). Además de acumular carbono en biomasa, es decir, en sus tallos, hojas, raíces y cortezas, los manglares se están incorporando a otra categoría denominada carbono azul. El carbono azul se refiere al carbono capturado por los organismos vivos en los ecosistemas costeros y marinos, incluidos marismas, manglares y bosques de algas marinas. A diferencia del carbono forestal, donde el almacenamiento tiene lugar principalmente en biomasa y en el volumen de cobertura vegetal (por ejemplo, grandes áreas de bosques), la mayor parte del carbono azul se encuentra en el suelo. Algunos estudios estiman que el carbono azul tiene una tasa de acumulación anual de dos a cuatro veces mayor que los bosques tropicales (Alongi, 2016).
Dentro de estos ecosistemas, el CO2 de la atmósfera se absorbe a través de la fotosíntesis, donde el oxígeno es devuelto a la atmósfera y el carbono se almacena en dos estructuras de manera general: temporalmente en el follaje y tallo de las plantas, mientras que el resto se secuestra durante un largo periodo en la biomasa leñosa y los suelos. Los ecosistemas de carbono azul ocupan principalmente los ambientes intermareales y de aguas poco profundas, donde su distribución, productividad y tasa de acumulación vertical están fuertemente influenciadas por el nivel del mar y el espacio disponible para acumular sedimentos. Estos ecosistemas representan poco más del 0.2% de la superficie marina mundial, sin embargo, son responsables de aproximadamente el 50% del total del carbono contenido en los sedimentos oceánicos (Mcleod et al., 2011).
La capacidad del mangle para desarrollarse, capturar y almacenar carbono depende del cambio del nivel del mar dentro de la línea de costa, de la acumulación de suelo en los fondos marinos y de su complejo sistema de raíces. Los suelos donde viven los manglares consisten en una capa vertical de sedimentos sumergida por la marea, de espesor variable (denominada diversamente turba o fango) que soporta vías de descomposición anaeróbica -en ausencia de oxígeno- y que tiene una concentración de carbono de moderada a alta. Esta ausencia de oxígeno permite que el carbono se descomponga lentamente, por lo que es capaz de acumularse por periodos más largos de tiempo que un ecosistema terrestre promedio (Kirwan y Megonigal, 2013).
Para enfrentarnos a una problemática global debemos pensar de manera global.
La tasa de acumulación de carbono en el suelo de los manglares tiene un promedio de 5.8 mm de suelo al año, siendo la parte del suelo más inundable la que permite mayor almacén de carbono por mayor concentración de partículas en éste, por lo que los manglares en áreas intermareales altas tienen menor acumulación en suelo que aquellos ubicados más cerca del mar. En este sentido, se han hecho algunos estudios donde se estima que el 78% del carbono que el mangle es capaz de capturar se almacena en los suelos, mientras que el 20% se almacena en biomasa y el 2% restante representa madera muerta o caída (Bautista-Olivares et al., 2020; Adame et al., 2020; Ahalaya y Park, 2019).
A nivel mundial los manglares pueden almacenar hasta cinco veces el carbono presente en los bosques tropicales por hectárea, secuestrando más de 2 toneladas de carbono en promedio por hectárea al año.
Si bien el carbono azul es una forma de mitigación de vanguardia, sucede algo muy similar que con los bosques terrestres: la tala desmesurada o ilegal puede llegar a liberar a la atmósfera grandes concentraciones de carbono -mismo que previamente se encontraba almacenado en sus cuerpos- por lo que la protección de este ecosistema es indispensable para combatir el cambio climático.
Una mejor gestión de los manglares puede mitigar las emisiones de CO2 y mejorar el potencial de almacenamiento de las zonas perturbadas del ecosistema; sin embargo, los esfuerzos también deben centrarse en mejorar las predicciones de emisiones futuras, no sólo almacenamiento de carbono, sino de otros gases de efecto invernadero; el mangle es especialmente funcional para limitar la producción de metano -gas producido naturalmente como respuesta a la descomposición bacteriana de materia orgánica- al ser este gas y muchas comunidades microscópicas que lo producen incompatibles con altos niveles de salinidad (Livesley y Andrusiak, 2012). La eficacia de la gestión se basa en comprender cuántas emisiones se pueden evitar mediante acciones específicas, por ejemplo, reduciendo el cambio de uso de suelo y aumentando los esfuerzos de restauración y protección (Bautista-Olivares et al., 2018).
Con todo lo anterior, debemos decir que aún existen varios desafíos para la recuperación del mangle y para mitigar eficazmente el cambio climático a través de estos ecosistemas costeros. Por un lado, se debe luchar por mantener y proteger la superficie de manglares en el país y en el mundo, porque como vimos, ese 0.2% del territorio marino es responsable de la captura de muchísimo carbono atmosférico; por otro lado, debemos concientizar sobre el valor de los ecosistemas de carbono azul en el secuestro y almacenamiento a largo plazo de carbono, por lo que la acción intersectorial, así como la educación ambiental, son pilares fundamentales. Asimismo, es importante notar que para enfrentarnos a una problemática global debemos pensar de manera global, por lo que los trabajos de conservación y protección deben enfocarse en comprender y preservar la conectividad entre manglares y sus hábitats asociados como los arrecifes de coral y pastos marinos. Finalmente, un último desafío que debemos cruzar radica en el financiamiento de este tipo de proyectos. No queda duda que los ecosistemas marinos y costeros son fuentes importantes de secuestro de carbono, por lo que comenzar a incluirlos dentro de una estrategia climática robusta es parte de la solución; los manglares son más que sólo parches costeros donde coexisten una gran cantidad de organismos; son un ecosistema que demuestra con sus peculiaridades una estrategia real para adaptarnos y mitigar el cambio climático.
Sobre la autora:
Xochitl es colaboradora del blog de Toroto y Maestra en Ciencias de la Sostenibilidad. Actualmente está cursando el doctorado en Ciencias de la Sostenibilidad en el campo de Vulnerabilidad y Respuesta al Cambio Global.
Referencias
Explora reflexiones, investigaciones y aprendizajes de campo de nuestro trabajo en la restauración de ecosistemas.