Cambio de uso de suelo: qué es y por qué está acelerando la crisis climática

Existen dos elementos clave para describir el ambiente terrestre natural y la relación con las actividades humanas que en él se desarrollan: uno es la cobertura de suelo y el otro, es el uso que se le da a ese suelo.
La cobertura de suelo describe a todos los elementos físicos que se localizan sobre la superficie de la Tierra. Algunos de éstos son de origen natural, como los bosques, ríos, lagos, glaciares, suelos desnudos, y demás; y por otro lado, tenemos los de origen humano, como las ciudades, las carreteras, los caminos, etcétera. El uso de suelo, en cambio, describe toda actividad derivada de la presencia humana en un territorio. Estas actividades tienen que ver con la apropiación de recursos naturales para generar bienes y servicios (CONABIO, 2020).
Tanto la cobertura de suelo como el uso de suelo son conceptos que se intersectan en un punto común cuando el humano se encuentra presente. Si bien la cobertura de suelo pudo tener un origen natural, llamémosle, una selva, el uso de suelo nos deja entender el proceso por el que pasó esa selva. Algunas veces, este uso de suelo se mantiene como vegetación primaria, es decir, sin perturbaciones; y otras veces, la presión antropocéntrica es tan grande que el uso de suelo se convierte en asentamiento humano. Mientras un concepto describe, el otro cuenta una historia.
Ambas concepciones tienen la capacidad de trazar más que sólo lo que sucede sobre el suelo, sino que nos permiten modelar -de cierta forma- el futuro del planeta. Como veremos posteriormente, lo que pase o no en el suelo tiene una repercusión real en el clima, en los ecosistemas, en la calidad de vida de la gente y en demás fenómenos globales que posiblemente no tengamos tan presentes.
Uno de los principales motores del cambio climático es el cambio de uso de suelo.
El suelo no siempre fue lo que los humanos le asignamos
Los suelos soportan la mayor parte de la vida en las zonas emergidas de la Tierra. Son una de las reservas más importantes de biodiversidad, de minerales, de recursos genéticos y de historias geológicas. Además, nos proveen de diversos servicios ecosistémicos producto de la interacción de complejas comunidades de organismos con los recursos abióticos. El suelo es el medio en donde la gran mayoría de las raíces de las plantas encuentran el soporte para extraer el agua y los nutrientes que, junto con los hongos y su capacidad de trabajar de forma simbiótica a través de formar micorrizas, necesitan para sobrevivir. Del suelo dependen -de forma directa o indirecta- más del 95% de la producción mundial de alimentos (FAO, 2015).
Más allá de los enormes beneficios que el suelo nos brinda a los humanos, éste provee de igual forma a los demás organismos que habitan el planeta. El suelo capta, infiltra y almacena el agua que alimenta ecosistemas enteros, además de permitir la recarga de los acuíferos, que son la mayor fuente de agua dulce que tenemos los humanos. Del suelo depende también la calidad del agua, ya que éste amortigua y atrapa ciertos contaminantes e impide que lleguen a los mantos acuíferos, fungiendo como un filtro. En buenas circunstancias, tiende a modular indirectamente la temperatura y la humedad del ambiente, y por ello es que puede incidir en la mejora de la calidad del aire.
Los suelos son pieza fundamental en los ciclos biogeoquímicos, ayudando a reincorporar los elementos que se hallan en la atmósfera, como el nitrógeno -indispensable en la nutrición de plantas y animales- o el carbono, que a través de la captura y fijación de este gas se impide que el CO2 se concentre de más en la atmósfera, haciéndole frente al cambio climático. Por otro lado, el suelo también está involucrado en el ciclo del fósforo y demás elementos químicos esenciales para el mantenimiento de la vida.
Fuera de todas estas cualidades y virtudes con las que los suelos nos nutren y donde el humano no tiene inferencia, existen otras que sí fueron asignadas por nuestra especie, lo que resulta de una relación muy estrecha entre los suelos y el uso que la humanidad les ha dado. Una relación no siempre positiva. Los suelos cumplen con una enorme gama de tareas, por lo que degradarlos es degradar la vida: pensar en la sola transformación del suelo, de una vocación a otra, nos permite imaginar el caos que ésto puede llevar consigo.
De cambios a cambios
Empecemos diciendo que no todo el cambio de uso de suelo es malo. Si bien el ejemplo con el que abrimos, donde una selva se convierte en asentamiento urbano es una realidad -y una muy frecuente- el cambio de uso de suelo también puede ser para bien; esta forma es mayormente conocida bajo el término de reconversión ecológica y va de la mano de la restauración ecológica. La reconversión implica devolverle la cualidad original o quizá una nueva pero funcional a un suelo que ya fue modificado inicialmente. Puede dictar la protección de un área a través de nombrarla zona de conservación, o de un cuerpo de agua a través de delimitarla como zona de almacenamiento hídrico. Incluso, un cambio hacia la agricultura puede significar beneficios, como es el caso de la agricultura regenerativa. Este tipo de transformación de uso de suelo, finalmente representa un cambio del uso, sólo que para estos casos, uno benéfico. Una vez dicho esto, debemos mencionar que en la generalidad del cambio de uso de suelo la direccionalidad de éste suele ser otra y por lo mismo, tener implicaciones muy negativas tanto en los ecosistemas y su biodiversidad asociada, como para los humanos -aunque parezca que no lo percibimos. Lo anterior es la razón por la que el concepto tiene una acepción desfavorable y se encuentra directamente ligado a la crisis tanto ambiental, como climática.
El cambio del uso del suelo en su enorme mayoría de casos, se refiere a la dinámica que tenemos los seres humanos de apropiación del territorio. Es decir, las acciones que realizamos para remover total o parcialmente la vegetación de un terreno para destinarlo a otra actividad. En los últimos tres siglos, el uso del suelo ha cambiado con una velocidad alarmante en todo el mundo. Tan solo en los últimos 100 años, México ha perdido más de dos millones y medio de hectáreas de bosque, causando la pérdida de biodiversidad y la desertificación que hoy en día vivimos en aproximadamente 51 millones de hectáreas del país (IBERO, s.f.; SEMARNAT, 2015). El Informe 2020 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura señala que nuestro país ha perdido el equivalente a 127 mil 770 hectáreas de vegetación para este año (FAO, 2020).
¿Por qué nos parece alarmante cambiar de un bosque a un potrero, o desmontar una selva para sembrar soya? Si bien es una realidad que las exigencias antropocéntricas no pueden ser ignoradas, porque finalmente, la gente debe de comer y sobrevivir, cuando se cambia el uso de suelo y se deforesta un lugar, no solamente perdemos una de las reservas más importantes de biodiversidad -soporte a la producción alimentaria y biomasa capaz de capturar carbono- sino que también, liberamos el dióxido de carbono acumulado en su vegetación. Pareciera contradictorio, pero con cada desmonte se pierde parte de ese CO2 que alguna vez fue acumulado indeterminadamente. De esta manera, uno de los principales motores del cambio climático es el cambio de uso de suelo, ya que genera distintas transformaciones atmosféricas y ecológicas. De acuerdo con la CONAFOR (Comisión Nacional Forestal), la pérdida de bosques representa casi el 17% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global. Y casi toda pérdida de bosque, involucra la actividad humana.
Accionar a favor del correcto manejo de la cobertura del territorio es un proceso que demanda un cambio radical en la manera en la que nos relacionamos con nuestro entorno y con el resto de los seres vivos.
Aunado a esto, otra forma en la que el cambio de uso de suelo se vuelve cómplice de las crisis que vivimos es cuando lo entendemos a una escala planetaria o global. Si bien podría no parecer grave desmontar algunas hectáreas para el establecimiento de alguna industria, si lo hacemos en todas las regiones de la Tierra donde el humano habita, la tasa de cambio se vuelve altísima. No sólo perdemos servicios ecosistémicos esenciales para el bienestar humano y de cualquier organismo, sino que alteramos la cantidad y recurrencia de las precipitaciones y de las sequías, modificando directamente el clima local. El conocimiento de la cobertura de suelo, así como el cambio de uso de suelo global son una de las variables esenciales que se miden y monitorean para hacer predicciones sobre el clima, y por ende, sobre el futuro de nuestro planeta.
Entender las causas del cambio de uso de suelo no es una obviedad. Si bien las causas directas más comunes son el desmonte por agricultura convencional y ganadería intensiva y extensiva convencional, como muchas otras industrias de forma secundaria, las necesidades y las implicaciones socioculturales juegan un papel muy interesante, aunque sean éstas consideradas causas indirectas. Más allá del interés de muchos mercados de lucrar con la gratitud con la que la naturaleza se presenta, discursos que han imperado históricamente como los del "progreso" o el "desarrollo" han generado un sujeto histórico que vive en constante lucha contra los bienes naturales, de tal forma que hemos buscando -desde hace más de 500 años- controlarlos y moldearlos a nuestro gusto y conveniencia. Esto representa un círculo vicioso de dominio de la naturaleza del que no es sencillo salirse, ya que va más allá de una decisión individual sino que pertenece a toda una estructura. Según un estudio realizado hace algunos años, la producción agropecuaria ocupaba poco más de un tercio de la superficie del planeta (Díaz et al., 2019). Superficie que sufrió un severo cambio de uso de suelo. Y si pensar que la tercera parte del planeta está destinada a la producción de comida no es lo suficientemente alarmante, más lo sería pensar que mucha de esa comida acaba podrida y desperdiciada.
Otra situación igualmente inquietante del cambio de uso de suelo es el patrón de fragmentación que se genera con tanta metamorfosis. Quizá desde nuestro alcance ocular no parezca grave, pero si visualizamos una localidad a nivel de paisaje, veremos que la conexión entre regiones aún conservadas o mínimamente perturbadas -comúnmente llamadas bajo el doloroso concepto de "vegetación remanente"- es cada vez más complicada. ¿Y qué implica que esta conexión sea día con día más complicada? Que las especies que en un inicio habitaban la región sin perturbación original encontrarán cada vez menos formas de transitar libremente, por lo que estamos incitando procesos de alienación, migración, a veces especiación también, pero sobre todo, extinción.
Sabiendo que la crisis comienza a nuestros pies, ¿qué hacer para frenar el cambio de uso de suelo?
Comencemos, a manera de introducción a las buenas prácticas de cuidado y manejo de la cobertura del suelo, diciendo que en México tenemos una herramienta muy valiosa y poderosa capaz de hacerle frente al cambio de uso de suelo, sin embargo, es también una herramienta olvidada en su gran mayoría de casos. El ordenamiento territorial (OT) surge con el objetivo de conocer la cobertura del país para después entender la vocación de cada localidad y terreno, de tal forma que, promueva un desarrollo con una visión más integral, donde tanto las necesidades antropocéntricas, como las del resto de la vida en el planeta, se vean resueltas. El OT es un instrumento de política pública de mediano y largo plazo indispensable para suscitar el desarrollo sostenible y disminuir las desigualdades sociales, sin embargo, muchos proyectos en México son aprobados y financiados sin un correcto análisis territorial, lo que conlleva a una transformación, sin precedente ni planificación, del territorio. Tener siempre en mente esta herramienta es indispensable para lograr un crecimiento compatible con la vida. Una vez dicho esto, es importante recalcar que el evitar el cambio de uso de suelo, es trabajo de todos y no únicamente de nuestros tomadores de decisiones y gobiernos. Accionar a favor del correcto manejo de la cobertura del territorio es un proceso que demanda un cambio radical en la manera en la que nos relacionamos con nuestro entorno y con el resto de los seres vivos, pues así como los seres humanos podemos realizar malas prácticas, agotar recursos y degradar los suelos, también tenemos la capacidad de generar soluciones y conciliar nuestro quehacer con la conservación de la naturaleza.
Es muy importante a la hora de apoyar u honrar proyectos de restauración ecológica evidenciar que más allá de las virtudes que el proyecto en sí mismo pueda generar, un cobeneficio de gran importancia es que esa área destinada ya difícilmente se verá vulnerada bajo la presión del cambio de uso de suelo.
Las actividades para conservar nuestros suelos están mayoritariamente asociadas al control de la erosión del mismo. La erosión es el desgaste de las zonas emergidas del planeta y se da de forma natural por acción del viento y del agua, sin embargo, ésta se exacerba con la interferencia humana, ya que al desmontar un cerro -por dar sólo un ejemplo- el suelo queda descubierto, más susceptible a la remoción por aire de los pequeños sedimentos y al arrastre de materia por acción del agua de lluvia. Para evitar la erosión podemos proteger a nuestros bosques y selvas de la deforestación, podemos incrementar los sistemas silvopastoriles y agrosilvícolas, podemos proteger el suelo con cobertura vegetal durante periodos de descanso, podemos evitar la compactación del suelo derivada de maquinaria agrícola a través de migrar a formas más sostenibles de producir alimentos, podemos mejorar la rugosidad del terreno para prevenir la escorrentía mediante barreras de piedra o zanjas de ladera, podemos realizar cultivos en contorno y utilizar franjas de vegetación densa, y así, un sinfín de otras soluciones basadas en la naturaleza, pero también, lo que podemos hacer, es conciencia y difusión de la gravedad de transformar los últimos remanentes de vegetación para hacer otro proyecto turístico, otro invernadero, otro potrero, otra plantación de aceite de palma, otra mina, otra refinería y demás. Hacer presión para detener la degradación del planeta es urgente.
Por otro lado, las actividades para evitar el cambio de uso de suelo se encaminan a promover la permanencia del ecosistema a largo plazo y esto se logra, siempre, de la mano de los dueños de la tierra: estas personas que viven, manejan y cuidan de los recursos naturales de los que todos dependemos para sobrevivir. En Toroto nos hemos dado a la tarea de trabajar con los dueños de la tierra para fomentar un futuro que realmente nos tenga presentes a todos. Antes de pasar a un estudio de caso, es importante decir que lograr la permanencia de un ecosistema en el tiempo no siempre implica la conservación prístina de éste; involucrarnos en el proceso de manejo y gestión sostenible es parte fundamental de lograr objetivos a largo plazo.
Estudio de caso: un proyecto de recarga hídrica que cuida de la erosión y protege al ecosistema del cambio de uso de suelo
Como parte de la necesidad de hacerle frente al cambio de uso de suelo y lograr la permanencia de un ecosistema lo más posible, en el Valle de Apan, Hidalgo, estamos implementando un proyecto de soluciones basadas en la naturaleza con el objetivo de mejorar el estado de la cobertura vegetal y retener el suelo para favorecer la infiltración del agua al acuífero del que este valle se alimenta.
Con la recarga del acuífero y con el equilibrio hídrico que esto trae consigo, las necesidades tanto de la comunidad como del ecosistema se encuentran cubiertas, lo que propicia una mejor calidad de vida para quienes perciben este beneficio. Es muy importante a la hora de apoyar u honrar proyectos de restauración ecológica evidenciar que más allá de las virtudes que el proyecto en sí mismo pueda generar, un cobeneficio de gran importancia es que esa área destinada ya difícilmente se verá vulnerada bajo la presión del cambio de uso de suelo. ¿Por qué afirmamos esto con tanta seguridad? Porque poder trabajar de la mano de la naturaleza y poder percibir beneficios económicos, sociales y ambientales representa un compromiso tan estrecho que no es sencillo de quebrantar; representa un acuerdo de bienestar entre todos los actores involucrados. En Toroto nos enorgullece que a partir de nuestros proyectos de restauración ecológica y soluciones basadas en la naturaleza podamos ayudar a evitar el cambio de uso de suelo y así frenar la crisis climática y ambiental.
A pesar de los daños irreparables al medio ambiente provocados por decisiones humanas, existen acciones que pueden construir un mundo mejor para las generaciones venideras. Queremos restaurar los ecosistemas para recuperar su funcionalidad ecológica. Queremos lograr la reconciliación de la humanidad con la naturaleza y la construcción de un futuro respetuoso y compatible con la vida.
Juntos hagámosle frente al cambio de uso de suelo y apoyemos proyectos de restauración y conservación ecológica que nos permitan disfrutar de nuestros ecosistemas, a nuestra generación y a las que estén por venir. ¿Tienes una idea? Contáctanos.
Sobre la autora:
Aileen es Directora de Operaciones en Toroto. Politóloga con una Maestría en Gerencia Pública. Se ha especializado en el desarrollo estratégico de proyectos. Su enfoque es inclusivo e integral. Es triatleta, le encanta cocinar y es amante de los perros.
Referencias
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