For equal participation in caring for the planet

Para nadie es un secreto que en todos los ámbitos y aspectos de la vida, tanto de la vida personal como social y colectiva, el carácter patriarcal de nuestras sociedades ha excluido y aún excluye a la mujer de los escenarios de poder y autoridad que han sido histórica y normalmente cotos exclusivos de los hombres como grupo social dominante. Tanto en la teoría como en la práctica, este carácter patriarcal limita el acceso de las mujeres a recursos de todo tipo, y en particular (mismo que es el objetivo de este artículo) a los recursos naturales de los que dependen para subsistir, haciéndolo a través de acotar su posesión, así como en la toma de decisiones en torno a ellos.
Además de provocar la reproducción de estereotipos y relaciones de género inequitativas e injustas que colocan a las mujeres en situaciones de subordinación, vulnerabilidad y opresión, lo anterior naturaliza los roles y posiciones de las mujeres dentro de una estructura social que si bien las responsabiliza del cuidado (el cuidado del hogar, los hijos, los enfermos, los recursos naturales y los servicios ecosistémicos de toda índole, desde los bienes materiales naturales, hasta los psicológico-emocionales y afectivos), las ha excluido históricamente de las decisiones sobre el manejo y gestión de los mismos. Esto caracteriza lo que se conoce como economía de cuidados, que describe el conjunto de trabajos donde la mujer participa muchas veces sin remuneración alguna, o bien con una remuneración muy precaria, lo que trae como consecuencia que se desvalorice el trabajo femenino tanto como el trabajo mismo de cuidados. Así, la posibilidad de las mujeres de decidir sobre la manera de cuidar, conservar, proteger y explotar los recursos naturales, tal y como sucede en otros ámbitos donde su participación es crucial pero minusvalorada, se desvaloriza también.
Lo anterior guarda relación con los ámbitos de acción público versus privado donde los roles sociales de hombres y mujeres se han desplegado históricamente -y todavía se despliegan- en forma asimétrica. Así, mientras la planeación, la estrategia y la toma de decisiones activan escenarios de poder que se visibilizan pública y socialmente desde la fortaleza de la racionalidad asociada a lo masculino, la labor de cuidados, se ejecuta desde el ámbito privado donde la feminidad se traduce en sentimiento, vulnerabilidad e intimidad, lejos y fuera de la mirada ajena. Por eso, en cuanto al cuidado, protección y conservación de los recursos naturales, la exclusión y restricción de las mujeres en el acceso y gestión de los mismos, tiende a colocarlas en segunda línea. Las condiciones y prácticas de explotación arbitraria, desmedida y desregulada que se efectúan en la naturaleza generan vulnerabilidad y opresión en territorios, culturas y grupos étnicos y sociales, en particular mujeres, al violentar sus derechos y los derechos de las personas que dependen de ellas y de dichos recursos naturales para su subsistencia.
"Ser mujer y profesionista sigue siendo un reto hoy en día para muchas mujeres, principalmente porque tenemos a nuestro cargo la mayor parte de la tarea del cuidado del hogar y los hijos, situación que se acentúa aún más en zonas rurales donde se sigue viendo a las mujeres como amas de casa en lugar de como maestras, o ingenieras, o biólogas, doctoras, o incluso líderes. El cuidado y la protección de la naturaleza tiene diferentes vertientes, desde el trabajo de gabinete donde planeas proyectos, tiempos y presupuestos, hasta el trabajo en campo, donde con ahínco tienes que caminar, cargar, machetear y ser eficiente siempre, dando el extra para alcanzar los objetivos. Como profesional y como mujer tienes la presión de hacerlo de la mejor manera posible porque cualquier desajuste implica trabajos en favor de la naturaleza que no se llevarán a cabo".
Elva María Leyva Cruz, ejidataria en Laguna Om
"Tenemos que transmitir a nuestros hijos e hijas, así como a las generaciones futuras, que por lo que nosotras trabajamos y disfrutamos [de la naturaleza], ellos también pueden. Más allá de ver la biodiversidad en libros o disfrutar de los animales en cautiverio, queremos que puedan llegar a un bosque, a una selva, a su propio ejido, y escuchar los sonidos de la naturaleza; pero para ésto, lo más importante es enseñar y educar desde la casa a nuestros hijos e hijas, a la familia entera, la importancia del medio ambiente. Si no lo hacemos, realmente no tenemos ningún compromiso con la naturaleza".
Ady González Alcocer, ejidataria y tesorera del ejido Laguna Om
La desigual participación de las mujeres en proyectos de conservación del medio ambiente no sólo impacta en el bajo reconocimiento de éstas como agentes fundamentales en el desarrollo sostenible, sino que tiene un efecto económico, social, cultural y político en el ejercicio y disfrute pleno de los derechos de las mujeres -como por ejemplo, el más básico por su cualidad universal y humana, el derecho a un medio ambiente sano, nombrado en el artículo 4 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos-, así como en el desarrollo y consolidación de valores y prácticas de igualdad, y justicia social y climática.
"En México más de la mitad del territorio se encuentra agrupado en núcleos agrarios conocidos como ejidos y comunidades, y es también esta tierra donde muchos de los proyectos de conservación y protección de la naturaleza a nivel nacional se llevan a cabo. En estos territorios existen más de 29 mil ejidos donde habitan más de 4 millones de ejidatarios y ejidatarias. Del total de ejidatarios, el 70% son hombres y el 30% son mujeres. Es decir, los dueños de la tierra en México son principalmente hombres, sin embargo, se calcula que más del 50% de la producción de alimentos (lo que implica un inminente cuidado de los recursos) viene de manos femeninas. La disparidad en la tenencia de la tierra se refleja en una subrepresentación de las mujeres en los puestos de liderazgo a nivel local, pues por lo general, los puestos de representación ejidal (comité de comisariado ejidal y consejo de vigilancia) están constituidos por hombres. Como ejidataria te enfrentas a que tu voz y liderazgo no sea tomado en cuenta o sea minimizado, pues la opinión de las mujeres siempre será más cuestionada y menos confiable. Sin embargo se tiene esperanza en el futuro pues de acuerdo a los reglamentos de paridad de género que se han establecido, las directivas ejidales tienen que incluir mujeres y cada vez las mujeres se van involucrando más en la toma de decisiones de los núcleos agrarios".
Elva María Leyva Cruz, ejidataria en Laguna Om
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas es ejemplo de cómo lo anterior impacta en cada esquina y rincón de nuestro planeta, pues dichos objetivos constituyen un plan de acción global para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad de todas las personas, donde por supuesto, están incluidas las mujeres. Dicha Agenda consta de 17 objetivos mundiales, y reconoce en su objetivo número 5 a la igualdad de género como agente de cambio para la sostenibilidad. Dicha igualdad "(...) no sólo es un derecho humano fundamental, sino que es uno de los pilares esenciales para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible" (Naciones Unidas, 2015).
A partir de lo anterior se da cabida a la existencia de normatividad e instituciones que tanto a nivel de los Estados como a nivel de los organismos internacionales promueven la creación de marcos legales y programas que enfocan sus esfuerzos a resaltar y viabilizar la importancia de la participación de las mujeres con lo relacionado al cuidado y conservación del medio ambiente. Tal es el caso del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD), un tratado internacional que fue adoptado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD) en 1992, mismo que reconoce "(...) la función decisiva que desempeña la mujer en la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica", afirmando la necesidad de su plena participación en "todos los niveles de la formulación y ejecución de políticas" encaminadas a la conservación de dicha biodiversidad (Naciones Unidas, 1992).
Lamentablemente, la plena participación de la mujer en la formulación y ejecución de políticas de conservación, cuidado y protección ambiental no es hoy en día una realidad. Por eso, a propósito del Día Internacional de la Mujer que se conmemora cada 8 de marzo, hay que nombrar que la desigualdad de género constituye un factor relevante en la crisis ambiental y climática innegable que padecemos. Lo anterior se articula en la histórica lucha por la inclusión para garantizar la igualdad de su participación en las decisiones políticas que afectan directa e indirectamente sus condiciones de vida (mismas que están determinadas por el acceso y manejo de los recursos naturales), así como sancionar prácticas y normativas que restrinjan, obstaculicen e impidan dichas garantías.
En México, como bien se señala en la Ley General de Equilibrio Ecológico y de Protección al Ambiente (LGEEPA), "las mujeres cumplen una importante función en la protección, preservación y aprovechamiento sostenible de los recursos naturales y en el desarrollo" (LGEEPA, art. 8), de manera que su participación en proyectos de conservación hace visible la labor de cuidado y protección que éstas realizan como parte de sus actividades cotidianas; y por cotidianas nos referimos a que sin el trabajo diario de cuidar y regenerar recursos naturales, posiblemente dichos recursos ya no estarían presentes. Visibilizar el quehacer femenino dentro de la protección de la naturaleza permite entender las condiciones de vulnerabilidad a las que son sometidas al considerarlas ajenas -y en los hechos excluidas- de las decisiones sobre el cuidado y la conservación ambiental, pues dichas decisiones están directamente relacionadas con el sustento propio y el de sus familias, del que muchas veces ellas son únicas garantes.
"Cuidar de los ecosistemas y la biodiversidad es cuidar de nosotras mismas; los seres humanos no debemos vernos como entes ajenos a la naturaleza, ya que formamos parte inseparable de ella. Cuidar de las selvas nos permite tener agua potable, suelos fértiles y regular el clima; cuidar de la biodiversidad nos permite tener ecosistemas equilibrados, sin exceso de plagas. Nuestra sociedad obtiene la satisfacción de sus necesidades a través de la naturaleza, por lo que si no cuidamos nuestros recursos naturales, estamos atentando contra nuestra propia existencia".
Elva María Leyva Cruz, ejidataria en Laguna Om
Ahora bien, por fortuna, escenarios de inequidad como los anteriormente nombrados, son poco a poco contrarrestados a través de iniciativas gubernamentales, ciudadanas, comunitarias o provenientes desde el sector privado, que de la mano de mujeres valientes y conscientes de su papel en la sociedad y en el cuidado de la naturaleza, revierten los estereotipos de género que reproducen las relaciones de discriminación e inequidad que las excluyen de actuar y participar en aquello que las atañe. Es así que las mujeres han creado espacios dónde liderar procesos de cuidado y conservación de sus territorios para protegerlos, así como sus fuentes de sustento material, laboral y cultural.
Como ejemplo, y desde la labor de Toroto, la participación de las mujeres en la gestión territorial es un objetivo central y que constantemente se impulsa, por lo que a lo largo de este texto hemos podido conocer la perspectiva de Elva María Leyva Cruz y Ady González Alcocer, mismas que son mujeres ejidatarias, tomadoras de decisiones dentro de sus territorios, dueñas de la tierra, actoras indispensables en el cuidado de los recursos naturales y protectoras de una localidad, donde de la mano de Toroto, implementan un proyecto de secuestro de carbono forestal para generar bonos de carbono y así cuidar de su patrimonio y lograr una vida remunerada, justa e igualitaria.
Así como Toroto, diferentes iniciativas trabajan igualmente para conseguir esa participación igualitaria femenina en entornos de cuidado ambiental: La Gloria en Oaxaca o El Terreno en Michoacán constituyen verdaderos ejercicios de empoderamiento femenino a través de los cuales se da respuesta a los problemas ambientales surgidos a raíz de la migración masiva de los hombres de esas comunidades al extranjero; por otro lado, la emblemática red de bancos de semillas en la India, impulsada y liderada por Vandana Shiva -quien es una de las principales exponentes del ecofeminismo- constituye un ejemplo de la participación cívica de las mujeres en la construcción de políticas públicas en materia de soberanía alimentaria y medio ambiente.
Como se puede ver, estos y otros desempeños son muestra de la importancia de la participación activa -y cada vez creciente- de las mujeres en los procesos de toma de decisión relacionados con el ambiente y la sostenibilidad a diferentes niveles y escalas. Se trata de nuevas formas de politicidad que pasan por la necesaria eliminación de las brechas de género, pues son estas brechas las que no les permiten a las mujeres educarse y capacitarse en temas ambientales, desarrollar y/o fortalecer habilidades y conocimientos para ser líderes en la implementación de prácticas sostenibles y de protección de los recursos naturales, así como para ocupar puestos de poder en la esfera pública en esta materia. Dicho todo lo anterior, y desde la cruel relación histórica que ha vulnerado tanto a las mujeres como a los recursos naturales -y el vínculo entre lo último- hasta los valiosos testimonios de las compañeras ejidatarias y dueñas de la tierra, resulta relevante decir que además de impulsar políticas públicas que incluyan perspectiva de género en la gestión ambiental, hay que buscar garantizar la igualdad de oportunidades de las mujeres para lograr un pleno acceso a la tierra, el agua y la totalidad de los recursos naturales y bienes no materiales, así como su gestión en torno al manejo de residuos, la conservación de la biodiversidad, el diseño e implementación de proyectos, el acceso seguro, culturalmente apropiados y autónomo a alimentos, entre otras iniciativas de las que las mujeres siempre han formado parte activa y prioritaria, más no decisiva por la estructura de inequidad a la que son mayormente sometidas; sobre todo en nuestras sociedades latinoamericanas y demás pertenecientes al llamado sur global.
"La naturaleza para mí es la forma en la que siempre he crecido; me sigue pareciendo increíble despertar y escuchar los pájaros, el poder caminar por la selva de nuestro ejido [Laguna Om] y escuchar todos los muy diversos sonidos de nuestros ecosistemas. De ahí entendí cuán pequeña soy en una enorme naturaleza, misma que a la vez, puede ser tan vulnerable".
Ady González Alcocer, ejidataria y tesorera del ejido Laguna Om
Finalmente, en pro de la completa inclusión femenina, es urgente realizar las acciones necesarias para que se sensibilice a la sociedad en general sobre la importancia del papel de las mujeres en la protección del ambiente y en la toma de decisiones relacionadas con la sostenibilidad, ya que como hemos tratado de argumentar, la promoción de la igualdad de género y la protección del ambiente son objetivos intrínsecamente relacionados que en su complementación resultan en una fórmula decisiva para lograr un mundo más justo y sostenible. Sin la participación y revalorización del quehacer de las mujeres, no existe un futuro.
Sobre la autora:
Selene González Luján es feminista defensora de derechos humanos. Estudió Derechos Humanos y Gestión de Paz en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Es Coordinadora del Área de Acompañamiento Psicosocial en Justicia Pro Persona, A.C. e integrante del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio.
Agradecimientos:
Profundo agradecimiento y admiración a Elva María Leyva Cruz, Coordinadora de Desarrollo de Proyectos en Toroto y ejidataria en el ejido Laguna Om; así como a Ady González Alcocer, Tesorera y ejidataria del ejido Laguna Om por sus valiosos testimonios y aportaciones a la igualdad de oportunidades.
Referencias:
Explore reflections, research and field learning from our work in ecosystem restoration.